Todo el mundo siente que tiene días fastos y días nefastos. Según diversos calendarios (hebreo, romano e incluso azteca) los hombres tenían estos dos tipos de días, que pertenecían, por supuesto, a los dioses. En los días fastos los hombres se podían dedicar a trabajar y a sus propios asuntos, mientras que en los nefastos antes estaban los deberes para con los dioses que los intereses de los hombres y quien se los saltaba desatendiendo sus deberes para con ellos por atender a sus cosas, había de contar con que no le saldría bien lo que hiciera en ese día.
Pues bien, hoy tengo un día de esos en los que siento que no he llegado a tiempo a ningún lado, un día en que no encajo con nadie, de esos en los que a pesar del espléndido sol que hace, me metería en la cama y no saldría hasta mañana, de esos en los que no entiendes qué estás haciendo, de esos en los que algunos recuerdos del pasado y otras decisiones de futuro me atormentan, de esos en los que desaparecería de la Tierra, de esos en los que me planteo si éste es el camino correcto y qué me deparará el futuro, de esos en que coges el coche y te vas, no sabes dónde.
Y eso he hecho, coger el coche, poner la música bien alta y conducir hasta donde me han llevado los dioses. Y me han llevado a ver el mar, ese que inspira y relaja, ese que ayuda a desconectar de todo y de todos, ese que te lleva hasta donde tú quieras ir, o hasta donde te dejes llevar. Y entonces he dejado que las lágrimas corrieran por mis mejillas hasta la arena. A ella no le importa, son sólo unas gotas más. Estaba sola, enmedio de la playa, llorando sin un motivo concreto, o por un montón de motivos, quién sabe. Y así me he quedado un buen rato, dejando que el sol me calentara, mirando el mar, escuchando su voz y sintiendo como el viento revolvía mi pelo y secaba mis ojos, poco a poco.
Hoy debe ser un día nefasto.
Escuchando...
Enya (portrait)Etiquetas: Ariadna, cosas de la vida, mitología